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Jesús M. Falero

Con el doctor Falero en la exposición celebrada en el Ateneo de Madrid en 1978.

Rafael Botí es un hombre sencillo. De temperamento introvertido; es intimista, vive en silencio y no busca el relumbrón. Goza con la creación de su pintura delicada, como si lo hiciera en secreto para él mismo, transformando los temas eternos en algo familiar y recoleto.

Durante su estancia en París, influido por Picasso, Braque y Matisse, se inició en el cubismo, que abandonó pronto a su regreso, para permanecer fiel a su línea de pintura natural y sincero expresionismo, llena de delicadeza, de poesía y de musicalidad. Un cuadro de Botí, puede ser una poesía sin palabras o una sinfonía sin música.

José Caballero ha dicho: «Siempre canta un pájaro en sus lienzos... Se oye el rumor del agua... Es música que viene del color en última compenetración con la forma, siempre brilla en su aparente simplicidad su profunda estrella».

Para enjuiciar su pintura, nada más claro que las frases de Vázquez Díaz: «La sensibilidad de Botí, gusta de colores limpios, en armonías claras y diáfanas, de luces perladas, colores y matices delicados, de resoles febriles fugitivos en las tardes transparentes en que el artista se extasía gozoso de encontrar la superficie cromática de cada día y de cada hora».

Llegamos al final y hemos de decir que Rafael Botí es un hombre que, por sus características humanas, merece una especial devoción.

Durante cincuenta años ha elaborado su obra, poniendo en ella toda la nobleza de su corazón y todo el lirismo de su espíritu; por eso, al contemplar sus cuadros, vemos la verdad eterna, al tiempo que oímos una melodía.

PROFESIÓN MÉDICA, JULIO DE 1975.

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