Carmen González García-PandoCrítica de arte
Tal vez una de las frases más acertadas sobre la pintura de Rafael Boti (Córdoba 1900-Madrid 1995) fue la que dijo José Caballero en el prólogo de la exposición del autor, cuando escribió que en sus lienzos "siempre canta un pájaro". Y es que, no en vano, su formación de músico lo llevó a componer una pintura de tenues vibraciones donde ritmo y musicalidad configuran unas formas armoniosas y coloristas. Esta doble vocación, pictórica y musical, del artista andaluz es una de las particularidades más notables de su obra pues, de forma serna y con exquisita sensibilidad, consigue que de sus pinceles surja una melodía de colores y luces cuyo resultado final son esos múltiples paisajes que, durante toda la vida, atraparon su atención.
Especialistas en la obra de Botí, como Javier Pérez Segura, destacan dos momentos importantes en su trayectoria artística. Por un lado el periodo de formación en el que, bajo el magisterio de Julio Romero de Torres, el pintor se inicia en una pintura que, poco a poco, reclama la renovación y se prepara para abrazar las nuevas tendencias que sacuden Europa. Es la década de los veinte y son cuadros como "Bodegón de los papeles" o "El canal de Fuenterrabía" los que caracterizan estos años de brillante producción. Un momento en el que la mano de Vázquez Díaz se deja notar en el joven Botí el cual comienza a apasionarse por un color y unas formas geométricas cercanas al espíritu renovador español de los años veinte. Ejemplo magnífico de este periodo inicial es el delicioso cuadro titulado "La estación de Atocha" de 1925, presente en la exposición y portada del catálogo. Sin duda uno de los trabajos más singulares ya que la temática –distinta al paisajismo habitual del autor– recrea la conjunción del mundo rural con el urbano. Atocha, puerta de llegada a la gran ciudad, representa la cultura moderna pero, a su vez, la colisión entre lo actual y lo tradicional; entre la España rural y la que comenzaba el despegue urbanísitico. Una fusión que Botí simboliza en las imágenes del coche de caballos y el vehículo motorizado que surge por el ángulo inferior derecho. La representación de la vida urbana en constante movimiento y el tratamiento técnico que el autor emplea en este pequeño lienzo, a modo de manchas y formas apenas abocetadas, es un bello exponente del talento creativo del artista cordobés.
Coincidiendo con los años de la Guerra Civil y, a diferencia de lo que ocurrió en muchos artistas de su generación, la pintura de Botí pierde el carácter renovador para refugiarse en un mundo melancólico e intimista al margen de modas y tendencias novedosas. Ensimismado en su mundo interior, el autor recrea una y otra vez más, paisajes y rincones por los que parece no pasar el tiempo. Son visiones reducidas de una naturaleza tratada de manera singular donde la mirada se focaliza en un punto y las formas se contornean con una gruesa línea negra. "Árboles del Botánico", "Girasoles" o "Ventorro del arroyo Abroñigal" es un pequeño ejemplo de este momento. Atrás quedaba el Botí participativo en los hitos modernizadores de los años veinte o aquel que demandó al gobierno republicano medidas modernizadoras. Cambió su rumbo y se decidió por un camino en solitario. Una especie de automarginación que fue, tal vez, lo que hizo que su pintura sea aún desconocida entre las últimas generaciones. Sirva por tanto, esta exposición para reconocer la complejidad humana y pictórica de un creador que, a pesar de su aparente y contradictoria dualidad, nos ha legado un universo de tonalidades musicales sensibles y silenciosas como su propia personalidad.
ARTES HOY, REVISTA DIGITAL DE LAS ARTES. DICIEMBRE 2005.