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David LedesmaHistoriador del arte

David Ledesma en la presentación de su libro Vida y obra de Rafael Botí en la Diputación de Córdoba el 7 de noviembre de 2003. Le acompaña Juan Manuel Bonet, que presentó el libro.

En la obra de Rafael Botí existe una clara fijación temática: el paisaje. Cuando aún no se había configurado su personal estilo pictórico, Botí ya se había decantado por el paisaje, y son buena prueba de ello sus primeras obras, como Los cipreses, De la sierra de Córdoba y Alcornoques de la sierra de Córdoba, del año 1922, realizadas con un estilo muy distinto del que luego será su estilo característico. En consecuencia, Botí apostó desde sus inicios por cultivar la pintura de paisaje, en un momento además en que, desparecidos Regoyos y Beruete de la escena artística española, este género atravesaba cierto estancamiento en nuestro país (…).

Madrid, Córdoba y el País Vasco son los paisajes más ligados a la obra de Botí. (…) El paisaje vasco fue cultivado por Botí durante la segunda mitad de la década de los veinte, esto es, en su etapa de formación. El pasiaje cordobés es objeto de su obra en las etapas inicial y final de su producción, pudiéndose lamentar la ausencia de paisajes cordobeses en su etapa de plenitud de los años treinta. Los paisajes de Madrid, sin embargo, aparecen a lo largo de toda la producción artística de Rafael Botí (…). No caben, por tanto, consideraciones localistas para la obra paisajística de Rafael Botí, porque su ciudad natal, Córdoba, no es la única protagonista de sus paisajes. En todo caso puede considerarse a Botí como el principal paisajista de la pintura contemporánea cordobesa, tanto por haber aportado una nueva visión de la ciudad como por haber sido el principal pintor cordobés de paisajes del siglo XX.

En segundo lugar cabe decir que el estilo de Botí es muy difícil de encasillar, de carácter ecléctico pero característico, por cuanto, aun compartiendo rasgos de unas corrientes artísticas y otras, no se puede encuadrar en ninguna de ellas ni se asemeja a lo hecho por otros pintores contemporáneos suyos. Eso hace que su pintura sea fácilmente reconocible. En este estilo es rasgo de identidad el equilibrio entre dibujo y color, así como la importancia dada a los volúmenes y a la composición.

La principal impronta externa visible en la pintura de Botí es la de Vázquez Díaz, a cuyo taller acudió en los años veinte. Esa impronta se traduce en el geometrismo subyacente en buena parte de su obra. Sin embargo, conviene matizar que la influencia del pintor de Nerva en el estilo de Botí, aun siendo visible, no llega a ser determinante, por lo que el verdadero alcance del magisterio de Vázquez Díaz es limitado. “Mi única maestra ha sido la vida” –llegó a expresar convencido el propio Rafael Botí.

En tercer lugar interesa resaltar una idea que es fundamental para ubicar correctamente a Rafael Botí en el contexto artístico de la España contemporánea. La carrera pictórica de Botí se inicia a principios de los años veinte, en un momento crucial para la renovación artística del país. En estos años se puede hablar de la existencia de tres grandes grupos de artistas o de tres posicionamientos diferentes respecto de la situación artística española: en primer lugar existe un grupo de artistas anclados en el pasado, en una tradición académica (…). En segundo lugar se halla un grupo muy activo de jóvenes y algunos otros no tan jóvenes convencidos de la necesidad de insuflar al panorama artístico nacional unos aires de renovación sin llegar a renegar de la tradición artística española. La suya no es una actitud rupturista, pero tampoco es del todo complaciente (…). Y en tercer lugar se encuentran los artistas de vanguardia, esto es, aquellos que rompen con todo lo precedente para crear un arte ex nihilo radicalmente novedoso. (…) No es ese el caso de Rafael Botí, que se ubica en el segundo grupo, en el de los renovadores.

Subida al carro de la renovación, la pintura de Botí supera el academicismo para  encuadrarse en el marco de la modernidad; ello, sumado a su compromiso real y efectivo con la renovación artística a través de su participación en iniciativas renovadoras, dota a su figura de plena actualidad en la España de los años veinte y treinta.

Ledesma Mellado, David, Vida y obra de Rafael Botí. Córdoba, Fundación Provincial de Artes Plásticas Rafael Botí, 2003, págs., 193-195.

 

Botí Gaitán, Rafael. Córdoba, 9.VIII.1900 – Madrid, 4.II.1995. Pintor.


Músico de profesión y pintor por vocación, Rafael Botí pertenece a una generación de pintores nacidos en torno a 1900 que en la España de los años veinte y treinta jugaron un papel decisivo en la evolución de la plástica española, por cuanto ofrecieron una alternativa joven, renovadora e inquieta a la pintura académica, influidos en parte por los movimientos artísticos europeos de principios de siglo, pero sin llegar a desarrollar una pintura de auténtica vanguardia ni, por tanto, provocar una ruptura drástica en el panorama artístico español. La pintura de Botí se caracteriza por su dificultad para ser encasillada en una corriente estilística concreta, si bien en su estilo pueden identificarse algunas influencias, destacando sobre todo las del postcubismo y la pintura intimista o nabi. La primera, que debe a la enseñanza de Vázquez Díaz, se manifiesta en una cierta inclinación por los volúmenes puros y en la equilibrada armonía de las composiciones, en tanto la segunda está latente en el uso de unos colores puros, vibrantes y a menudo irreales y simbólicos, aplicados con una pincelada densa. Ocasionalmente tiene también puntos en común con la pintura fauve y naïf.

Habiendo iniciado su formación artística en la Escuela de Artes y Oficios de Córdoba, donde conoce personalmente a Julio Romero de Torres, a quien siempre gustó de considerar su maestro aunque no influyese en su estilo, Botí abandona su ciudad natal en 1917 y se traslada a Madrid con el fin de culminar en la capital de España los estudios de Música que había comenzado en el Conservatorio de Córdoba. Esta razón no le hace abandonar su afición por la pintura, de modo que en 1919 ingresa en el taller de Vázquez Díaz, donde conoce a otros jóvenes pintores inquietos, como Pablo Zelaya, Rodríguez Acosta, Díaz-Caneja, Isaías Díaz, Juan Antonio Morales, José Caballero y su paisano y amigo Ángel López-Obrero, entre otros. Por estos años empieza a frecuentar también las tertulias artísticas y literarias, trabando amistad con algunos personajes de la bohemia madrileña, como Eugenio Noel o el pintor Rodríguez Solana. La precariedad económica le obliga a regresar a Córdoba en 1920, donde probablemente concluye sus estudios musicales y donde en 1923 celebra su primera exposición, junto con el escultor e íntimo amigo suyo Enrique Moreno. El estilo aún por madurar del artista en sus primeras obras se mueve en el terreno de una pintura colorista y luminosa, de temática paisajística y pincelada suelta de influencia impresionista. Ese mismo año logra por concurso una pensión de la Diputación Provincial de Córdoba para iniciar oficialmente estudios de pintura en Madrid.

Instalado definitivamente en la capital –donde contrae matrimonio con Isidra Torres Lerma en 1924–, el pintor recupera su relación con el taller de Vázquez Díaz y su pintura evoluciona hacia un estilo más personal en el que se deja sentir el influjo de su maestro. El progresivo abandono de la pincelada impresionista, la inclinación por los volúmenes puros y la presencia en varias obras de una gama cromática dominada por los colores fríos son rasgos de su pintura que deben ponerse en relación con este influjo; sin embargo, Botí no se deja absorber por esta enseñanza y demuestra ser capaz de conservar su propia personalidad artística, latente en la pureza cromática, en el uso frecuente de unos colores vibrantes e irreales, en la sencillez y equilibrio de sus composiciones, en su armonía cándida y serena y en la reiterada obsesión por la pintura de paisaje, bien sea rural o urbano. Al contrario que en la obra de Vázquez Díaz, en la pintura de Botí apenas tiene cabida la figura humana. Habiendo visitado con frecuencia la localidad de Fuenterrabía para pintar el paisaje vasco en compañía de su maestro, el período de formación de Rafael Botí puede darse por concluido hacia 1932, a su regreso de París, donde pasó dos temporadas pensionado en dos ocasiones más por la Diputación de Córdoba. Su obra Viejo París rubrica la evolución de su pintura hacia un estilo geometrizante que, sin embargo, guarda distancia con la vanguardia europea.

Por otra parte, el compromiso efectivo y real de Botí con la renovación artística del país se había materializado dos años antes, al fundar el Grupo de los Independientes, que llegaría a celebrar dos exposiciones colectivas en el Salón Heraldo de Madrid, en 1929 y 1930. Gran parte de los integrantes de este grupo habían sido condiscípulos suyos en el taller de Vázquez Díaz. En 1931, al poco de proclamarse la II República, el artista participa en la creación de la Asociación Gremial de Artistas Plásticos y en la elaboración de un importante manifiesto dirigido a la opinión pública y a los poderes oficiales, en el que los firmantes expresan su esperanza de que «el hundimiento de un régimen político confeccionado con la opresión y la arbitrariedad traiga consigo, como consecuencia, renovación en todas las manifestaciones sociales que, como la artística, han estado sujetas a un régimen opuesto a toda idea que significase un cambio en las viejas costumbres».

Los años treinta suponen el período de plenitud en la carrera artística de Rafael Botí. En lo personal ha conseguido plaza como músico y profesor de viola en la Orquesta Filarmónica en 1930; en lo artístico, su estilo se halla plenamente maduro y expone en varias ciudades (Córdoba, 1931; Bilbao, 1933; Madrid, 1935). La obra que abandera su pintura en estos años es Árboles del Botánico, un lienzo de considerables dimensiones que expresa la fusión de influencias nabí, postcubistas e incluso expresionistas en un estilo personal de componentes esencialmente líricos y evocadores, donde el dibujo y el color comparten protagonismo y la arquitectura del cuadro se compone de forma equilibrada y rotunda.

Al estallar la Guerra Civil, el pintor abandona la capital y se instala en Manzanares (Ciudad Real), donde logra un puesto como encargado de biblioteca en un instituto de segunda enseñanza, siendo nombrado también auxiliar técnico para los Servicios de Incautación, Protección y Salvamento del Tesoro Artístico. Terminada la contienda, regresa a Madrid y logra hacerse con una plaza en la Orquesta Nacional, pero, si  bien continúa pintando, renuncia a celebrar nuevas exposiciones individuales, conociendo su carrera artística desde entonces una larga etapa de introspección que se prolongará hasta 1959. A partir de este año se suceden numerosas exposiciones de su obra y se asiste al progresivo reconocimiento de su trayectoria artística a través de diversos homenajes y nombramientos, concediéndosele en 1980 de la Medalla de Plata al Mérito en las Bellas Artes. Aunque su paleta tiende a decantarse por tonos terrosos en sustitución de la gama fría, las características de su pintura en estos años evolucionan poco respecto al estilo fraguado en los años veinte y treinta y, pese a cultivar ocasionalmente otros temas, como el bodegón o los interiores intimistas, su obra sigue teniendo el paisaje como objeto principal, bien en los rincones íntimos de su Córdoba natal (Arquitectura cordobesa, La noche en una calle de Córdoba) o en sus interesantes cuadros de Moratalaz y Vallecas de los años cuarenta (Barrio de las latas, Paisaje de Vallecas), que le acercan en cierta medida a las inquietudes artísticas de la llamada Segunda Escuela de Vallecas.
 
Ledesma Mellado, David, entrada “Botí Gaitán, Rafael” del Diccionario Biográfico Español, Volumen IX, Madrid, Real Academia de la Historia, 2010.

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