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Agustín RomoPeriodista

Agustín Romo entrevistando al pintor en su domicilio madrileño en 1991.

El maestro Botí no hubiera podido encontrar –aun buscándolo– mejor escenario para la celebración de su exposición antológica (1917-1992) que las espléndidas instalaciones del Museo de la Ciudad, en Madrid, donde ha colgado nada menos que 143 piezas representativas de su fecunda carrera artística.

Rafael Botí (Córdoba, 1900), desde la atalaya de sus 93 años de edad, contempla con serenidad y comprensión el panorama de la pintura española de todo el siglo XX. Y sus observaciones han sido incorporadas a su obra para enriquecerla con delicados matices. 

La obra de Rafael Botí –amplia y generosa, como su propia vida– está presidida por la belleza de la sencillez y la naturalidad. Su pintura es un canto permanente a la verdad y a la nobleza de sus sentimientos. Cada pincelada suya es una ofrenda que dedica al lienzo, una muestra de gratitud a la vida y de amor a su profesión. Cualquier cuadro suyo representa un acto íntimo; es una confesión, un testimonio de bondad, una reflexión, un ejercicio de sinceridad, una búsqueda de expresión llana, una demostración de fe en sí mismo, una promesa cumplida...

La variada temática que ha cultivado Rafael Botí a lo largo y ancho de su vida casi centenaria, queda perfectamente reflejada –no podía ser de otra manera en una antológica– en esta excepcional exposición. Las 143 obras de la muestra es el resultado de una cuidada selección, en la que ha intervenido positivamente su propio hijo.

Desde el entrañable Patio de la Fuensanta (Córdoba), pintado en 1917, hasta esa reciente Nota de la Casa de Campo (Madrid), que corresponde a 1992, la exposición nos permite analizar su trayectoria artística a través de un apasionante recorrido por su expresivo mundo pictórico. Su paleta se ha rendido incondicionalmente ante la belleza del paisaje –campestre, rural o urbano–, ante la fragancia de una flor, ante el encanto de una vasija de cerámica talaverana con fruta fresca, o simplemente ante la austeridad de una sencilla hoja seca. El maestro Botí consigue siempre, con delicadeza, que el color le conceda a todo lo que pinta el visado de autenticidad. En la magna exposición para demostrarlo todos y cada uno de sus cuadros: Alcornoques en la Sierra de Córdoba (1922), El árbol blanco (1925), Patio manchego (1938), Bodegón del caldero (1943), Cristo de los Faroles (1970), El viejo tronco (1977), Limones (1988), Desde mi estudio (1990), Flores (1992)...

Esta singular muestra antológica del maestro Botí, patrocinada por el Área de Vivienda, Obras e Infraestructuras del Ayuntamiento de Madrid, se ha celebrado conjuntamente con la presentación de un libro dedicado a su obra, publicado por Ediciones Correo del Arte, de la colección Grandes Maestros de la Pintura Andaluza, con texto de Antonio Manuel Campoy. En el solemne acto de inauguración de la exposición intervinieron los miembros de la Comisión Organizadora: Mario Antolín Paz, crítico de arte y comisario de la exposición: Pablo Población Palomo, Gerente del Campo de las Naciones; Carlos González Esteban, Director del Museo; Teresa Jiménez de Orbaneja, Directora de Exposiciones; y Antonio Morales, director de Correo del Arte.

Por todo ello –por el espectacular escenario, por el acertado montaje, por la categoría de la muestra y por el prestigio del artista– esta exposición antológica ha supuesto un importante suceso artístico en la vida cultural de Madrid. Y ha servido para rendir un merecido homenaje al maestro. A tal pintor, tal honor... 

CORREO DEL ARTE, 1993.

 

 

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