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Julia Sáez-AnguloEscritora y miembro de las Asociaciones Nacional e Internacional de Críticos de Arte

Julia Sáez-Angulo

Momentos Cordobeses de Rafael Botí

Cuando todavía nos queda el grato recuerdo en Madrid, de aquella gran exposición retrospectiva que se hizo en las hermosas salas de la Tabacalera (echamos de menos aquellas exposiciones) de pintor cordobés nonagenario Rafael Botí, nos encontramos ahora con la gran muestra de su pintura que le ha dedicado la Consejería de Cultura y Medio Ambiente de la Junta de Andalucía, titulada "Rafael Botí. Momentos Cordobeses", que va a itinerar por diversas ciudades españolas.

"Córdoba tiene tres colores fundamentales: el blanco de la cal, el ocre y el azul", declaró el artista con convencimiento en la década de los setenta. Esos colores son los fundamentales y más utilizados por el artista en su larga carrera plástica, en la que ha recreado con profusión la capital del califato. Con una figuración clara, lumínica, impresionista o abstracta, la ciudad ha sido motivo de las más diversas investigaciones pictóricas.

A él le hubiera gustado siempre vivir en Córdoba, pero en el año 1917 no se podía vivir de la pintura y viajó a Madrid donde obtuvo por oposición la plaza de profesor en la Agrupación Filarmónica de Madrid. Vivía de la música pero disfrutaba con su pasión: la pintura. El trabajaba en los teatros madrileños y se acostaba siempre muy tarde, a las dos y las tres de la madrugada, lo que no obstaba para levantarse muy temprano y bajar al Jardín Botánico, que lo ha representado con frecuencia en sus cuadros. Vivía muy cerca de él, en la calle Gobernador; en aquella casa cayó una bomba durante la guerra civil de 1936 y destruyó muchos de sus cuadros y dibujos de la primera época; no pudo salvar más que quince obras, y lo hizo con gran peligro de su vida porque la casa estaba en ruinas y amenazaba peligro, de hecho –recuerda su hijo Rafael Botí– en uno de sus viajes se desplomó la escalera y ya no pudo subir a la vivienda a por más cuadros.

La sierra de Córdoba, con sus verdiazules de montes y su rica y variada vegetación de encinas, olivos, jaras, cipreses, alcornoques... han sido tema elegido de su pintura. Le gustaba el cielo limpio de aquellas tierras tan distinto al de la gran ciudad. Pintó numerosas ermitas y trabó una gran amistad con los ermitaños del lugar, se hizo muy amigo de dos de ellos y compartía con ellos comida y conversación. El recuerda los "guisotes de habas que sabían a gloria". Botí tiene a Córdoba metida en las entrañas, por eso le faltaba tiempo para llevarla a su arte en la sierra, ermitas patio de la Alhambra que representó con frecuencia, sobre todo "La fuente del olivo", que es muy singular.

Es hijo predilecto de Córdoba, académico y medalla de oro en la ciudad. El historiador Rafael Castejón declaró que Botí ha llegado a ser profeta en su tierra, donde mantenía grandes amigos como Ángel López Obrero, Juan Bernier, Antonio Merlo, el pintor Pedro Bueno, Manuel Molina, etc. Cuando hacía buen tiempo y a media que cambiaba las estaciones, Botí siempre suspiraba en Madrid: ¿Cómo estará ahora la sierra cordobesa?

Córdoba y el País Vasco fueron sus temas preferidos para la pintura; no tanto Castilla porque no le debió motivar o no conectó con su sensibilidad. El País Vasco lo amó a través de Vázquez Díaz con quien veraneaba en Fuenterrabía todos los años, en la misma pensión y recorrían juntos los mismos parajes para pintarlos al limón, cada cual en su estilo. Se podría muy bien plantear una exposición conjunta con los cuadros de ambos sobre los mismos trasuntos pictóricos. Junto con Vázquez Díaz, Juan Antonio Morales y Pepe Caballero, que esperaba siempre al día que libraba Botí en el teatro para reunirse.

Botí tiene en la actualidad noventa y cuatro años; guarda su lucidez y memoria hasta un grado sorprendente. Su vista es la que falla por lo que lleva varios años sin pintar. En su haber y catalogación hay unas trescientas obras, de las que numerosas figuran en museos como el Reina Sofía, el Municipal de Madrid y el de la ciudad, además de los cordobeses, que pronto se enriquecerán con una donación de unas setenta pinturas hechas por su hijo, aunque se está pendiente de las negociaciones. Las colecciones particulares también se han disputado sus obras. Figura en la colección de la Duquesa de Alba entre otras.

Su etapa en París durante los años treinta y treinta y uno, con una beca de la Diputación de Córdoba, fue una etapa especial y fecunda, de la que sólo se trajo tres cuadros los demás le fueron adquiridos en su totalidad por la galería parisina "Castelucho y Diana" regentada por unos catalanes. De los tres que trajo, uno lo guarda él, otro lo regaló a Vázquez Díaz y el tercero fue para la Diputación de Córdoba; estos dos últimos no aparecen por lo que sólo tiene controlado el primero: una vista del río Sena, que se ha expuesto en Córdoba.

La pintura de Botí, gran amigo de Don Daniel Vázquez Díaz, tiene el valor de ser sentida, directa, siempre al aire libre, sin truco. Estudia antes su composición y cuida continuamente la luz, por eso es lento de ejecución, porque espera a ejecutar el cuadro a la misma hora y con la misma luz cada vez.

Pintura clara, límpida, colorista, compuesta con una geometría serena. Arte para el disfrute, para el placer, para descansar y soñar... De Rafael Botí han escrito numerosos escritores como Ortega Spotorno, Santos Torroella... todos alaban su maestría y serenidad, su pertenencia de una u otra forma a la Generación del 27. Un hombre silencioso, modesto y sabio, de los que nunca ha hecho ruido, ni ha buscado la influencia y la fama, quizás porque ello casa mal con su propio arte de paz y armonías. A él le hubiera gustado ser cronista pictórico de Córdoba, no pudo hacerlo al cien por cien porque como otros muchos mortales tuvo que vivir de otras circunstancias de tiempo y espacio, pero luchó para representar Córdoba robando tiempo al tiempo y desplazándose a su tierra siempre que podía. Esta exposición ha sido todo un homenaje de reconocimiento y de celebración de los ciento cincuenta años del museo que le albergó.

ESPIRAL DE LAS ARTES, Nº 15. 1995.

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